martes, 10 de febrero de 2015

La lapicera calla II



Detener de una vez por todas el sentido de las palabras,
eso es lo que quiere el Terror - Lyotard

La lapicera calla, su azul se va desdibujando de la hoja, se va perdiendo, pareciera que se estuviera lavando, tanto, que llega a ser transparente. Las cartas quedan en blanco sobre la mesa, en blanco aquellas hojas que antes se llenaban de azul, de trazos danzantes por toda la hoja, pero hoy calla, calla lastimada y olvidada sobre el lapicero. No hay trabajo para ella, no, quizás no sea más el momento, o quizás se haya decido callar para siempre esas palabras que no se podían ubicar en ningún lado. Callar es perder la libertad, no decir, es esclavizarse a los sentimientos que uno intenta  expresar. Callar es mentirse a sí mismo, es ser menos libre, ser menos uno. Negarse y no decirlo, acallarlo, pero ahora es diferente, la lapicera ya no tiene que decir, se han acabado esas palabras para lo que fue, se ha terminado ese diálogo que existía con un cuerpo que no está presente. Se han dejado las palabras atrás de una historia que no continúa, por lo tanto ya no hay palabras para dibujar ese inexistente. No hay diálogo, no hay espacios de redacción porque no hay historias que describir ni sueños por vivir, porque ya no hay nada, solo un pasado comprendido y acabado que no ha dejado nada para describir. Se han acallado los sentimientos porque ya no sienten, se han secado las lágrimas, porque ya no sirven, se han agolpado todos los sentimientos en el espacio del olvido, de la dejadés del espacio sin sentido, de la nada, del pasado acabado, terminado y absorto. Sin dolor, sin esperanzas, se han vuelto en blanco y negro, se han petrificado, se han endurecido.

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