eso es lo que quiere el Terror - Lyotard
La lapicera
calla, su azul se va desdibujando de la hoja, se va perdiendo, pareciera que se
estuviera lavando, tanto, que llega a ser transparente. Las cartas quedan en
blanco sobre la mesa, en blanco aquellas hojas que antes se llenaban de azul,
de trazos danzantes por toda la hoja, pero hoy calla, calla lastimada y
olvidada sobre el lapicero. No hay trabajo para ella, no, quizás no sea más el
momento, o quizás se haya decido callar para siempre esas palabras que no se
podían ubicar en ningún lado. Callar es perder la libertad, no decir, es
esclavizarse a los sentimientos que uno intenta
expresar. Callar es mentirse a sí mismo, es ser menos libre, ser menos
uno. Negarse y no decirlo, acallarlo, pero ahora es diferente, la lapicera ya
no tiene que decir, se han acabado esas palabras para lo que fue, se ha
terminado ese diálogo que existía con un cuerpo que no está presente. Se han
dejado las palabras atrás de una historia que no continúa, por lo tanto ya no
hay palabras para dibujar ese inexistente. No hay diálogo, no hay espacios de
redacción porque no hay historias que describir ni sueños por vivir, porque ya
no hay nada, solo un pasado comprendido y acabado que no ha dejado nada para
describir. Se han acallado los sentimientos porque ya no sienten, se han secado
las lágrimas, porque ya no sirven, se han agolpado todos los sentimientos en el
espacio del olvido, de la dejadés del espacio sin sentido, de la nada, del
pasado acabado, terminado y absorto. Sin dolor, sin esperanzas, se han vuelto
en blanco y negro, se han petrificado, se han endurecido.
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