Me dejé llevar
por las palabras, pensando que guiarían mi camino. Camino a ciegas, dejando
todo, perdiendo la razón, dando espacio al sentir. Caminé sin medir, sin
premeditar, confiando ciegamente en esas palabras, en esas historias. Cansada,
agotada, anonadada pisé aquel pasto amarillo, estridente y solitario. Sola, allí
estaba, perdida en el silencio más aterrador de todos, sola entre ese amarillo
que lastimaba mi vista y me hacía temer, caminé y seguí el paso hasta ese
horizonte vacío, negro, contrastando con el amarillo. Pensé en los cuervos de
antaño, temí por mí, temí por ellos, temblé pensando en sus graznidos. Pero no
estaban allí, esta vez, no cantaron para mí. Solo el silencio que lastimaba mis
oídos, agujereaba mi pecho, hacia doler mi cabeza. Caminé hasta alcanzar el
acantilado, mi horizonte negro, donde el petrel gritaba, por primera vez, su
tormentoso anuncio, el anuncio de mi fin.
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