Busqué el
consuelo en besos vacíos y en un vaso de cerveza, mientras me metía en la
maravilla de Buenos Aires, ya no con sus tangos de amores perdidos, de frac y
sombrero, sino en la ilusión reconvertida en decoración, de aquellos años de
gloria de una ciudad en nacimiento. Las plazas llenas de cerveza volcada y
personas mostrando la categoría de su bolsillo. La caminata por calles
silenciosas entre el estruendo de las avenidas, con sus luces y bares, me
llenaba de nostalgias de brazos cruzados y compinches de una caminata de amor.
Terminamos en
uno de esos recovecos de luces bajas y de objetos añejos restaurados con valor
decorativo, una cerveza fría que buscaba hacer olvidar las penas de la vida y
la música atronadora, que contraproducentemente, no se dejaba escuchar. Un beso
y una caricia vacía buscaba despertar el fuego dormido de un ser que no busca
consuelo barato y letargo nocturno. Un cuerpo que no busca las caricias de un día,
sino la de unos meses, aunque sea una mentira dibujada de película, un consuelo
de ilusión de posibilidades, del mero hecho de posibilidad, de autoengaño de
amor y corazones rotos.
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