La sutil diferencia entre la danza y un simple baile se convierten
en algo completamente fundamental. La danza es eterna, profunda y completa. La
danza se siente, te ahoga y te revitaliza. Quema internamente, enciende e
ilumina. La danza está en tus manos, en tus brazos, en las piernas, en un eterno
confluir. Acompaña la sangre que fluye por las venas, escapa por los poros en
un profundo éxtasis y nunca parece suficiente porque uno no quiere dejarse de
mover al compás, sentirlo eternamente con la melodía resonando en cada latido
de un cuerpo agitado.
La danza es nuestra desde la piel hasta lo invisible. Es el éxtasis,
acompañado de un canto eterno en la gracia del día y la noche, es la locura y
la paz, es el odio y la necesidad. Es fuego, calor, frío, aire, sofocación,
sueños, anhelos, desesperación. El querer comprender la unidad imposible, el no
bastar, el no saciar y el alimento.
El baile… el baile solo es movimiento.
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