Empezaron a regresar las noches cálidas previas a la época
primaveral. ¡Ah! La primavera: explosión de color, sonidos y vida. Todo vuelve
a ser alegría, principalmente para aquellas personas que se pasan llorando el
frío invierno. Cambia el ciclo y, por supuesto, el cambio de los días más
cálidos provoca una explosión hormonal en las personas. Los grupos más
afectados: adolescentes y jóvenes.
Las plazas se convierten en centros de encuentro entre amigos y de futuros amigos, es un momento ideal para
conocer gente. Las plazas cobran vida… las meriendas en el pasto, las
galletitas y los kilos de yerba desparramados por el suelo. Las tardes son
luminosas y felices. Muchas risas, caras sonrojadas y, por supuesto, sacamos al
aire la piel tan celosamente guardadas en el invierno. Otra vez esa sensación
bonita del aire corriendo por la piel…
Pero si miramos un poco más… si miramos esa plaza después de la
puesta del sol, comenzamos a reconocer otro tipo de especímenes: los viriles
motorizados. Todo el mundo sabrá de qué hablo… los viriles motorizados son
seres humanos del género masculino a los que le gusta dar vueltas por la plaza
demostrando sus flamantes autos o motos tuneados. Exacto, después de un invierno gastando plata
en alerones, caños de escape con sonidos ensordecedores, parlantes con infinita
potencia, luces de neón y ¡vaya uno a saber cuántas cosas más!, se hacen
presente estos muchachos con sus autos en las plazas.
Sus actividades son sencillas, girar en círculos, acelerar sus autos
en las esquinas, poner a todo volumen (aunque ellos mismos se queden sordos) los
temas top que suenan hasta el momento y girar, girar eternamente con una mano
en el volante y la otra colgando en la ventanilla. Giran mirando y acelerando…
pero a pesar de tanto aceleramiento no van a más de 20 k/h. ¡Sí, señores! Este
hecho que vemos no es más que una danza… una danza de apareamiento.
Las hormonas fluyen y como el humano dejó de ser natural hace
bastante. Los señoritos muestran su virilidad a través del motor. El vez de
gritar y demostrar su fuerza torácica, aceleran. En vez de demostrar su fuerza
muscular, muestran su auto “espectacular”. En vez de realizar la danza guerrea,
ponen música “a todo lo que da”. Y compiten con los otros automovilistas
tuneados. Se miden unos con otros y el mejor lugar para medirse es frente al
semáforo cuando este se pone en rojo. Allí aceleran en una interminable amenaza
de superioridad.
Y como toda danza implica un compañero a quién seducir, las
jovencitas miran desde la plaza los autos giran en grupos, midiendo, catando a
esos viriles motorizados.
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