Las gotitas de sudor bajaron por su espalda.
Sabía que allí se acababa todo eso, sabía que ya no había tiempo que perder. Se
tornó gris el cielo, el sol se ocultó en esa masa compacta que amenazaba mojar
la tierra. No era la forma, ni el lugar, pero decidió que por fin era hora de
liberar aquello que tanto lo enfurecía. No había más tiempo que perder. Estaba
nervioso, seguramente, no era algo que ocurriera todos los días y en su vida,
jamás. Tomó el arma entre sus manos y se acercó de nuevo a él. Lo miró, esa
mirada profunda y oscura que suplicaba una última oportunidad, pero no, ya no
había tiempo, era tarde. Sí, tarde. Ya no se dejaría engañar por las patrañas
de una voz seductora que prometía mucho sin hacer nada, nada. El engaño esta
vez había llegado demasiado lejos. Aguantó demasiado, él lo sabía, también
sabía que trataba de convencerse a sí mismo por su nueva decisión. Era lo
justo, tantos trabajos sin terminar, promesas que se desvanecían dejando su casa
en vilo, vacía, fría, oscura, hambrienta... muy hambrienta. Atado al suelo, la
boca amordazada, intentaba disculpas vanas, se notaba en la mirada, pero era
tarde... tarde. El arma fría quemaba en las manos, gritaba por la esperanza de
un nuevo futuro, el progreso, ese progreso frustrado, demolido... atrasado.
Gatillo, ruido, sangre.
(alegoría, ejercicio)
No hay comentarios:
Publicar un comentario