Acomodó su pelo castaño y ondulado con la mano,
clavó sus ojos en los míos y me ofreció una gran sonrisa. Era algo extraña su
forma de comportarse: la simpatía o esa lejanía en sus ojos se encontraban en
segundos. Noté en ese momento las diferencias de miradas que me fue dando
durante ese tiempo, más profundo quizás... no sabría decirlo, pero era
diferente. Su pelo reflejaba la luz del
sol mientras movía su cabeza en el intento de volver a apartar la mirada: el
revolear de ojos, la mirada fija en la nada... y la lucha por mirar. Esa
dificultad no me fue perceptible hasta ese día. No, no lo vi venir, pero ese
día, esa mirada avellana, estaba a punto de confesarse entre temblores e
inseguridades.
Quizás en ese momento no presté demasiada atención
pero ella había encontrado algo más que una persona más con la que cruzarse
todo los días. Más tarde me confesó su mal humor aquellos días en que sabía que
no me vería. No sabía las dimensiones que mi persona había alcanzado para ella.
Su alegría de los últimos meses, sus desencantos y depresiones también fueron
culpa mía.
Pensaba demasiado y eso la había alejado de las
posibilidades. Soñaba, también. Y me soñaba. Me lo dijo mirando a la nada... o
quizás mirando sus recuerdos escondidos, no pude saberlo con certeza. Realmente
me quedé sin habla. Confesó, me volvió a mirar y, en un instante, al ver mi
inmovilidad se levantó llevándose sus palabras. Lo último que vi fue su pelo
castaño despeinado con el viento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario