Sol Eria había
nacido de un parto doloroso que había terminado con la vida de su madre, un día
de ojos rojos y una tristeza incomprendida de lo que hubiera sido una nativa
festividad. Fue un peso que llevó dentro de su corazón por varios años.
Sol vivía fascinada de la vida pero, al mismo tiempo, agobiada. Cargaba una melancolía constante que ni ella misma entendía. Solía salir a caminar los días de sol, mirando el cielo despejado o con una nube dibujando alguna ridícula figura blanca y esponjosa. Los días de lluvia fríos la llenaban, en contra de todos los preceptos establecidos, de una energía positiva, de una necesidad de un nuevo camino. Solía quedarse meditando largas horas sentada bajo un árbol mirando la nada, mirando todo.
Particular en todas sus formas y expresiones, le gustaba pasar mucho tiempo a solas y al mismo tiempo era una amante incondicional del afecto. Las presencias silenciosas eran su debilidad. Sol Eria no conocía los límites pero tampoco gustaba cargarse de adrenalina… esas euforias pasajeras que dejan grandes vacíos y pocas historias en la mente.
(Práctica: descripción + recurso alegórico)
1 comentario:
me encanto!
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