martes, 24 de abril de 2012
Cloroformo.
Echarle cloroformo no era la solución al problema ya me había dado cuenta de eso, aunque me negaba a aceptarlo. Como todo, había comenzado a ponerse viejo, a pudrirse y desgajarse paulatinamente y en la rapidez de la vida no me había dado cuenta. Quizás me había quedado con la primera imagen, tal cual una fotografía, y me aferraba a ella a pesar de que el olor a podrido invadía mis orificios nasales.
No entendía como se podía desvanecer tan rápidamente. Cómo un organismo de esa magnitud se había amojosado y llenado de hongos que intentaban vivir de lo poco que allí quedaba… quizás hasta nosotros mismos nos habíamos convertido en hongos que intentan sacarle el provecho a aquello que ha perdido la plenitud. Intentamos sacarle hasta la última gota de néctar en un furioso rictus que solo traía más sed… nos habíamos empalagado de putrefacción. El verde, el azul y el grisáceo matizaban cada momento de esos días en que nos enteremos que se había evaporado, para siempre, su esplendor… esplendor que una vez pareció eterno. Quizás lo bebimos demasiado rápido buscando, en éxtasis y delirio, una anestesia a aquello que nos presionaba.
De todas formas, volví a pensar en echarle cloroformo una vez más. Idiota.
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