Miró sus manos de blanca porcelana, llevaba las uñas bordó y sus ojos enmarcados en negro como a él tanto le gustaba.
Su mirada fija en algún sitio que él no llegaba a alcanzar lo intrigaba. Ella inalcanzable, incomprensible.
Tomó sus pequeñas manos entre las suyas, cuando se tornó hacia él y lo miró con esos ojos tan profundos. Le sonreía… fría, distante como siempre.
-Canta conmigo, Ángel, canta –dijo irrumpiendo el silencio en un susurro ronco que se desprendió de su boca muy cerca de su oído.
Supo que lo escuchaba porque su cuerpo se estremeció.
Sus ojos brillaron por un momento hasta que el brillo se convirtió en lágrimas perladas.
-A veces –la voz dulce de la joven resonó- la belleza y el dolor se unen, forman parte de una misma situación para crear un hecho más bello.
Lo impresionaba su sollozo silencio y el rígido porte que mantenía a pesar de la angustia.
-Me reverencio frente a ti… aquí me tienes. Mírame belleza como yo lo hago, bésame… Estoy enamorado, yo te amo.
Te siento distante, aunque me toques, sólo me miras… me miras distante.
-Me cuesta sentirte, déjame hacerlo, ayúdame a hacerlo.
-Déjame entrar en tu mente… ser uno simplemente –sus manos apretaron las de ella- En mi mente hay demasiado amor para dar… darte.
Siénteme, siente el sonido en mi pecho.
Eres una muñeca, mi muñeca… tan fría, tan porcelana.
Por primera vez los brazos de ella rodearon sus cuerpo apretándolo fuerte, nunca lo había hecho.
-Los espíritus y las voces se unen, se comunican; allí son uno, cuando ambos se comprenden. Tú lo hiciste, conoces mi frío, mi mundo, mi miedo y destino.
Conoces lo que falta y lo que sobra (En mi mente estás).
-Canta, Ángel.
-Lo haré para ti, por ti… sonará mi voz.
-Canta.
-Seremos una voz, una mente, una mirada.
-Canta.
-Cantaremos, seremos uno…